La incomodidad de lo que nos rodea
Texto curatorial de Marcelo Terreni
[Centro Cultural San Martín, noviembre 2021]
Imágenes corroídas, degradadas, más o menos reconocibles, intervenidas por el accionar voraz de una colonia de caracoles que, sin saberlo, generan efectos singulares, únicos, en almanaques producidos en serie. La acción persistente de sus miles de dentículos redefine los límites artificiales propios de lo producido industrialmente, fronteras caprichosas de un mapa donde el territorio figurado es lo incalculable de todo lo que está vivo. Logiovine reencauza, así, el accionar instintivo de una colonia de animales que, con el impulso de autómatas hablados por un otro creador, habitan y consumen las imágenes extraídas del catálogo de un museo. Un proceso del que ellos mismos salen transformados, convertidos en creadores.
La incomodidad de lo que nos rodea es, después de todo, la puesta en escena de una operación mental. Los buenos salvajes se mantienen ajenos al fin último de sus acciones que representan dos voluntades en fricción: la de la colonia de moluscos comandada por un gesto aparentemente instintivo y la de Logiovine, que transforma ese patrón innato en una operación simbólica cargada de múltiples significados. Si lo que nos diferencia de la mayoría de las especies es esa capacidad simbólica que nos permite cargar de significado a una serie de objetos más o menos equivalentes en su esencialidad material -el valor de cambio que representa el dinero, el poder espiritual contenido en una estampa religiosa, la veneración que hacemos de reproducciones artísticas que apenas capturan algunos de los rasgos esenciales de cualquier obra-, en estos caracoles hay una subjetividad implantada, una puesta en relación de símbolos ajena a sus acciones, más o menos automáticas.
Una serie de cámaras observan y traducen el proceso en unidades discretas, la narración computable de un desarrollo azaroso en el cual Logiovine se cuida de mantener un fino equilibrio entre la puesta en escena cuidada y el vulgar ojo omnisciente de la cámara de seguridad de un negocio. La escala es la de un diorama post-apocalíptico que nos recuerda al kaiju japonés, donde crustáceos gigantes operan sobre unas imágenes que parecen sobrevivir como ídolos gigantes en medio del desastre.
En un proceso que pendula entre la rigurosidad de la observación de laboratorio y la tirada de dados, Logiovine erige sus terrarios, construye un ecosistema hecho de imágenes previamente seleccionadas y criaturas motivadas por instinto a saciar su hambre y, con la paciencia del etólogo, se sienta a esperar. Llegado un momento decide que ya está bien, que ya es hora de fijar un límite al desplazamiento de sentido que genera el efecto de esos miles de dentículos indiferentes a la historia de la cultura occidental. Por eso La incomodidad de lo que nos rodea participa a su modo de aquellas artes del tiempo estructuradas por una duración.
Marcelo Terreni